Reflexión y aliento sobre cómo enfrentar espiritualmente la difícil y delicada situación mundial a causa de la propagación del Covid-19, comúnmente llamado Coronavirus

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Reflexión y aliento sobre cómo enfrentar espiritualmente la difícil y delicada situación mundial a causa de la propagación del Covid-19, comúnmente llamado Coronavirus

 

Quisiéramos ofrecer algunas indicaciones para que definamos correctamente nuestra reflexión teológica y nuestra actitud espiritual frente al grave hecho de la propagación del Covid-19, comúnmente llamado Coronavirus, que está afectando al mundo entero en este momento.

Como nos enseña la sana teología, cada vez que nos interrogamos sobre por qué una cosa sucede  (y, por lo tanto, nos interrogamos sobre su causa),  cada discurso, para ser correcto, debe partir de la causa primera, es decir, de Dios, el cual lo causa o lo quiere en sí mismo in se, actuando para que suceda, o bien lo quiere per accidens, es decir, lo permite. No siempre es posible comprender las razones que justifican la acción providente de Dios (las llamadas «razones de conveniencia»); por el contrario, a la luz de la Revelación y la experiencia, podemos afirmar que la mayoría de ellas Dios las mantiene ocultas hasta el día del Juicio, siendo suficiente por ahora la certeza de fe de que la Providencia de Dios despliega su fuerza de un extremo hasta el otro, y todo lo administra de la mejor manera (cf. Sb. 8: 1);  ¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos (cf. Lc 12: 6); que incluso ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros (cf. Lc, 12,7); sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman (cf. um 8:28a); y que Dios todopoderoso, por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal (cf. Catecismo de la Iglesia Católica No. 311).

Después de Dios, causa primera, al interrogarnos sobre por qué sucede una cosa, es necesario tener en cuenta las causas segundas, es decir, las criaturas que Él ha creado, entre las cuales debe buscarse la causa eficiente, es decir, aquella que produjo el efecto sobre el cual estamos investigando.

Sabemos, por fe, que algunas veces detrás de ciertos acontecimientos está, como causa eficiente, Satanás, quien, sin embargo, actúa siempre y únicamente por permisión divina, y cuando de parte de Dios le es concedido actuar, aun deseando hacer el mal, de hecho, a su pesar, hace el bien. Se nos ofrece un ejemplo muy rico en la historia de Job, cuyas desgracias tienen a Satanás como causa eficiente.

Que los sufrimientos de Job tengan al maligno como causa inmediata, solo lo sabemos por revelación, porque no es del todo evidente para el observador externo que haya sido satanás quien los hubiera causado. Esto no era evidente ni siquiera al propio Job. Sin embargo, que detrás del inmenso dolor de Job estuviera o no satanás como causa eficiente, seria, después de todo, irrelevante. Y esto también se aplica a nosotros hoy frente al Coronavirus.

De hecho, con respecto al Coronavirus, no tenemos evidencia de que el demonio sea la causa eficiente, ya sea actuando sobre las fuerzas de la naturaleza para producirlo y difundirlo, o inspirando a los hombres para que lo hagan (si fuera cierto, como algunos afirman, que fue producido en un laboratorio y luego propagado deliberadamente, o que se hubiera escapado a un control). En cualquier caso, incluso si un día tuviéramos esta evidencia, siempre sería de importancia secundaria, ya que solo se referiría a la causa segunda del Coronavirus y no daría elementos suficientes para responder a los por qué relativos a la causa primera. De hecho, la pregunta más importante sería: «¿Por qué Dios lo permitió?».

Si miramos a Job, notamos que no se pregunta si un espíritu malo lo hostigó y, de ser así, por qué lo hizo. Esto no le importa a Job, mientras que él se preocupa por saber por qué Dios permitió todo ese mal en su vida. Todo el drama de Job (la pérdida de propiedad, la muerte de los hijos, el volverse contra él de su esposa y de sus propios amigos y esa plaga que lo atormenta en el cuerpo de pies a cabeza) gira en torno a la pregunta: «¿Por qué Dios ha permitido esto? «. Y es solo cuando, con la ayuda de Dios, Job encuentra una respuesta adecuada a este interrogante insoportable, que su drama se resuelve: su justicia se confirma, su fe se vuelve más grande que antes y su amor por Dios y su abandono en Él se vuelven verdaderamente totales.

En consecuencia, atacar al demonio afirmando, o incluso simplemente conjeturando, que él es la causa eficiente e inmediata del Coronavirus, no resuelve nada, sino que al contrario complica, porque la pregunta más importante que debemos hacernos no es sobre las causas segundas, sino sobre la causa la primera: «¿Por qué Dios lo ha querido o lo ha permitido?». A lo que sigue necesariamente la otra pregunta: «En esta situación, ¿qué quiere Dios de mí?»

Y la respuesta es la que nos da la Iglesia de manera autorizada, diríamos, a través del reciente Decreto de la Penitenciaría Apostólica sobre la concesión de Indulgencias especiales a los fieles en la actual situación de pandemia, donde se nos exhorta a considerar con espíritu de fe la epidemia actualmente en curso, para vivirla en clave de conversión personal.

Y solo puede ser de esta manera. Jesús mismo (basta con leer los primeros nueve versículos de Lc 13), nos hace comprender que ante todos los desastres causados ​​por acontecimientos naturales o por el hombre, lo más importante es convertirnos a Dios, volver a Él.

Involucrar al diablo en estas ocasiones es cometer un error; es, sobre todo, ponerse y poner en una actitud espiritual muy peligrosa, porque solo causa desánimo y pérdida de fuerza. El diablo ciertamente existe, pero es invisible por naturaleza y tiende a esconderse por elección estratégica. Por lo tanto, estamos tratando con un enemigo del cual, humanamente hablando, no sabemos cómo defendernos; sería, sin embargo, un problema resuelto si aprendiéramos a ser como niños en los brazos de la Madre, es decir, de la Virgen; como corderos sobre los hombros del Buen Pastor, es decir, de Jesús; como hijos, en el vientre paterno de Dios. Cuando estamos allí, ¿quién puede tocarnos?, ¿quién realmente puede hacernos? «Si el Señor está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» ¿No es cierto «que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman»?

La estrategia ganadora es, en todos los casos, entender el Coronavirus como un llamado que el Señor nos está haciendo para que verdaderamente volvamos a Él con todo nuestro corazón, convirtiéndonos a la buena vida del Evangelio. Aquellos que acogerán este llamado no recibirán ningún daño de esta enfermedad, incluso aquellos que, por su causa, tuvieran que morir. Después de todo, es Jesús quien dice: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida? (cf. Lc 9, 25) «Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.» (cf. Mt 6, 33).

Por lo tanto, fijemos nuestra mirada donde Dios quiere que la fijemos en este momento, es decir, en Él, en el rostro de Jesús, en su Cruz, en su Evangelio.

Las palabras puestas por Guareschi en la boca de Don Camillo en el sermón realizado durante la inundación también se aplican a la situación actual: “Las aguas abandonan tumultuosamente el lecho del río y lo inundan todo: pero un día regresarán, tranquilas, a su río y volverá a brillar el sol.  Y si, al final, habrán perdido todo, seguirán siendo ricos si no han perdido la fe en Dios. Pero aquel que habrá dudado de la bondad y la justicia de Dios será pobre y miserable incluso si lo ha salvado todo”.

Aprovechamos esta oportunidad para invitar a todos a orar en familia e individualmente, unánimemente implorando a Jesús, para que por la intercesión de María Inmaculada y de San Miguel Arcángel nos de la luz y la fuerza de la Fe y la Gracia de la liberación de todo mal.

 

Roma, 25 de marzo 2020

Anunciación del Señor

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